Guadalajara, Jalisco.- Es ampliamente conocida. Una abogada tapatía que da conferencias de superación, siempre con una sonrisa en los labios y cuyas palabras inspiran a sacar lo mejor de nosotros.
Exitosa, madre, inspiradora, alguien que conmueve. Eso es Adriana Macías. Y todo ello lo hace sin brazos.
Nacida así, dice que el reto comenzó desde el día uno de su existencia. Que no tuviese extremidades superiores nunca fue pretexto para que sus padres no le pidieran hacer las cosas que hace un niño, digamos, normal.
Fue su hermana, un año mayor que ella, quien no veía ningún tipo de defecto en su compañera de juegos, quien también la impulsó a lograr lo que se pensaba imposible para alguien con esa discapacidad.
Esos retos comenzaron con sus juegos infantiles, en los que Adriana aprendió a vestir y a peinar a sus muñequitas, con los pies, sus aliados de vida. Su hermanita, le pedía volver a arreglar sus juguetes, cuando consideraba que no le quedaban bien peinadas. Fue una escuela de todos los días del año y de horario completo.
A fuerza de practicar, una y otra vez, los movimientos que sus pies necesitaban memorizar para lograr sus cometidos, Adriana se hizo diestra en realizar con ellos lo que alguien más tendría que haber aprendido con las manos.
Ahora, no hay un sólo impedimento entre ella y sus labores cotidianas, que incluyen la ejecución de temas musicales con un violonchello. «Práctica y creatividad» han sido sus palabras clave.
Comenta que los que más sufrieron con su discapacidad fueron sus padres, que debido al México de hace más de cuarenta años, carecían de la información necesaria para tratar el día a día de un bebé sin brazos.
La escuela tampoco fue un tópico sencillo, pues casi nadie se atrevía a hacerse cargo de ella. La conminaron a usar prótesis de brazos, pero comenta que «un bebé con garfios a los 3 años era muy intimidante para todos«.
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Sus compañeros de escuela estaban tan confundidos como ella de tenerla en el salón. Les decía que todavía no le crecían los brazos, y por eso pintaba dibujos con los pies; ellos le creían y así fluía la convivencia con otros alumnos.
Su pequeña hija fue su otro aliciente, y también su pequeña juez. Desde muy pequeña, de meses, empezó a inquirirla acerca de la falta de brazos, cosa que le hacía saber de una u otra manera.
Alguna vez le dijo que sus brazos estaban en la Luna. La niña respondió que habría que inventarse un cohete para ir a buscarlos. Pero desistió de la idea, pues la pequeña se dio cuenta de que su mamá, sin brazos «podía hacer de todo«.
Como a propósito, la vida siguió poniendo escollos en su camino. Terminó su matrimonio de quince años, y aunque es abogada titulada, nadie le dio trabajo.
Tras una feria de empleo en que los prejuicios pudieron más que la detección de una persona perfectamente capacitada, y tras esa nueva ocasión de las muchas que nadie quiso sus servicios, optó por ir a una fiesta, después del chasco recibido, y en la reunión encontró al subdirector de un banco importante, quien la alentó a convertirse en conferencista.
Lleva ya más de dos décadas de ser una exitosa conferencista y escritora. Su mensaje es el mismo con el paso de los años: «Todo se basa en trabajar para construirnos plenamente, sentirnos en paz y disfrutar esto que se llama vida«, asegura. Y añade: «Ya por el simple hecho de tenerla somos ganadores«.
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