Guadalajara, Jalisco.- La noticia sobre la repentina muerte de Raúl Padilla López, ex rector de la Universidad de Guadalajara, y líder eterno del llamado “Grupo Universidad”, ha corrido en medio de especulaciones y toda clase de teorías conspiratorias, propias de la histeria cibernética de nuestro tiempo.
En un tuit fechado el 02 de abril, a las 12:22 del día, el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, confirmó la noticia, agregando que Raúl Padilla López, se había quitado la vida en su domicilio particular, información confirmada por el Fiscal del Estado.
El texto del mandatario estatal, encendió las redes, pues apenas el día anterior, trascendió que el propio Alfaro; fue hospitalizado por un infarto. El rampante “sospechosismo”, alimento infaltable de los consumidores de fake news, no se hizo esperar, en un Jalisco sembrado de cadáveres y delincuencia.
Pero la muerte de Raúl Padilla López, llegó en un momento coyuntural para la política de Jalisco, escenario en el que indudablemente, fue un actor protagónico, enfrentado en las últimas fechas con el gobierno de Enrique Alfaro, por un tema presupuestal.
Dicho diferendo escaló, cuando el gobernador, decidió no otorgar 140 millones de pesos, mismos que la universidad, bajo el control omnipresente de Raúl Padilla López, tenía contemplado utilizar para la construcción de un museo. En el tono providencial acostumbrado, Alfaro argumentó que era más relevante la construcción del Hospital Civil de Oriente, optando por redireccionar el recurso, lo que encendió aún más la disputa.
Pero la relación de amor-odio que protagonizaron Raúl Padilla López y Enrique Alfaro Ramírez, viene de larga data, y se remonta al trienio 2010-2013, tiempo en el que Alfaro se desempeñó como alcalde de Tlajomulco. En el momento más álgido de su mandato, Alfaro declaró ante los medios, que “Tlajomulco era un municipio libre de Raúl Padilla”, acusando al ex rector, de exigirle las áreas más importantes de su gobierno, para entregárselas a sus favoritos.
Desde entonces, la relación entre ambos personajes, estuvo marcada por los desencuentros, las declaraciones a la prensa, y los roces mediáticos, siempre en la búsqueda por el control político de Jalisco.
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La relación adquirió un nuevo aire, cuando durante la campaña del 2018, Padilla y Alfaro, dejaron atrás las diferencias para establecer una nueva alianza estratégica. Alfaro aspiraba a la gubernatura, mientras que Raúl Padilla, se desempeñó como Enlace Cultural de la campaña del malogrado Ricardo Anaya, candidato de la alianza PAN-PRD-MC.
Enrique Alfaro consiguió la gubernatura, y Raúl Padilla, continuó ejerciendo a manga ancha su poder de tintes monárquicos sobre la Universidad de Guadalajara, institución en la que, a partir de 1995-año en que dejó la rectoría-, eligió a todos los rectores, desde Víctor Manuel González Romero (1995-2001)-el sucesor-, hasta el actual, Ricardo Villanueva.
Ambos, Padilla y Alfaro, escalaron su conflicto con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, pero a la postre, Alfaro fue más cauto, dando a su relación con el gobierno federal respiros intermitentes.
Por su parte, Raúl Padilla, se enemistó totalmente con el gobierno del tabasqueño, quien, desde las mañaneras, lo acusó de ostentarse como el cacique de la universidad, y abierto promotor del conservadurismo.
Padilla respondió en tono desafiante, desde los foros culturales que presidió, tachando al gobierno de populista y autoritario. El alegato de ambos continuó, y Andrés Manuel López Obrador, acusó al ex rector, de utilizar sus foros para agasajar a los “intelectuales orgánicos”, beneficiarios del neoliberalismo.
Pero la imagen pública de Raúl Padilla, ha provocado siempre las más diversas reacciones, desde una rendida admiración por parte de la comunidad universitaria a la que amamantó como líder de facto, y que lo consideró un visionario, por haber creado la poderosa Red Universitaria, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, así como el Festival Internacional de Cine, iconos de la cultura jalisciense.
Pero del otro lado, lejos del presupuesto millonario que ejerció en su papel de impulsor de empresas universitarias que él mismo creó, sus numerosos detractores lo señalaron por haber traicionado el carácter popular de la educación. De haber condicionado el acceso a la educación pública-una conquista de la Revolución Mexicana-, para abrir la puerta a las escuelas incorporadas, un negocio redondo que creció al amparo de su patriarcado, al frente de la máxima casa de estudios jalisciense.
También, de convertir a la Universidad de Guadalajara en una sucursal del poder, una agencia de colocaciones a la altura de su propietario en turno, el mismo Raúl Padilla, quien, durante al menos 34 años, ejerció las funciones de “señor del gran poder”, una suerte de gran elector con funciones vitalicias.
Desde esa bien diseñada imagen de filántropo todopoderoso de la cultura tapatía, Raúl Padilla López, construyó candidaturas, logró diputaciones para sus favoritos, negoció con prácticamente todos los partidos políticos, enviando a los estudiantes en masa a votar por los ungidos, en una bien diseñada red, donde el influyentismo tenía como fondo el aroma sugestivo del presupuesto.
Tras su paso por rectoría, Padilla, se convirtió en flamante diputado por el PRD, despachaba a manga ancha, con los modales de un príncipe renacentista, sabedor del inmenso poder que brotaba de su omnipotente voluntad. Pero el ex rector no era nuevo en política, se había formado en la FEG (Federación de Estudiantes de Guadalajara), el gremio estudiantil más poderoso de su tiempo, del que fue dirigente de 1977 a 1979.
Arropado por la familia Ramírez Ladewig, dinastía que se adueñó de la Universidad de Guadalajara, durante el lapso 38 años, Raúl Padilla, alcanzó la rectoría de la universidad en 1989, ungido por Álvaro Ramírez Ladewig, el jefe político de ese momento, quien vio en Raúl no únicamente al ex líder estudiantil capaz de renovar a la poderosa FEG, sino también, al visionario que completaría los sueños vanguardistas de su hermano Carlos Ramírez Ladewig, fundador del Grupo Universidad, y asesinado el 12 de septiembre de 1975, por un comando armado.
Pero contrario a lo esperado por Álvaro Ramírez Ladewig, al poco tiempo de haber llegado a la rectoría, Raúl Padilla López, rompió paulatinamente con el grupo que lo vio nacer. El flamante rector, se apropió de los bastiones de poder universitarios, me refiero al gremio sindical, tanto de académicos, como de trabajadores en general.
Por si esto no fuera poco, en 1991, el rector promovió la fundación de la FEU (Federación de Estudiantes Universitarios), con la que decidió expulsar del seno de la universidad, a la que desde 1951, se había convertido en la expresión estudiantil mayoritaria, la FEG; de la que él mismo provenía. La pugna por el poder universitario, desencadenó una ola de persecuciones y hasta balaceras, de fondo, la lucha original era entre Raúl Padilla López, y el grupo al que traicionó, así lo sostiene Álvaro Ramírez Ladewig, en su libro “Historia de una traición” (2000).
Ciertamente, la FEG se había convertido en una organización de tipo gansteril, que controlaba las facultades y secundarias con artimañas violentas, bajo la mirada complaciente de las autoridades, por otro lado, desde el asesinato de su líder moral Carlos Ramírez Ladewig, la organización estudiantil antes gobiernista, y con derecho a una diputación por el PRI, decidió cargarse hacia la izquierda socialista.
Esto último, representó un verdadero dolor de cabeza para el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, que, aquejado por la fiebre neoliberal, ordenó la eliminación de toda clase de grupos subversivos, toda célula que se atreviera a defender la educación popular, o de carácter socialista.
En ese marco histórico, apareció el rector Raúl Padilla, dispuesto a romper todo lazo que oliera a marxismo, y para tal operación, gozó del respaldo del gobierno federal. Acuerpado por los poderes ejecutivo y judicial, y el espaldarazo directo de José Córdoba Montoya, Jefe de la Oficina de la Presidencia de la República, Raúl Padilla López, terminó con 38 años de control de los Ramírez Ladewig y aliados, arrebatándoles los principales cotos de poder universitario.
Pero un expediente de más de 300 hojas, redactado por agentes de la DFS (Dirección Federal de Seguridad), la extinta policía secreta del régimen priísta, -cuya tarea fue espiar a los actores políticos-, reveló el verdadero pasado de Raúl Padilla, el origen de su poder, así como sus motivaciones.
Los informes recabados entre los años 1972 a 1985, dan cuenta de los hechos de violencia acontecidos durante el liderazgo estudiantil de Padilla en la FEG, tales como el asalto a casetas policiacas de Guadalajara, ocurrido en junio de 1976; donde tres personas afines al entonces dirigente, hurtaron armas, y al ser detenidos, admitieron que las utilizarían en las elecciones estudiantiles próximas, a favor de Padilla. Dos de esas armas; -una pistola y una escopeta-, según describe el informe, le habrían sido entregadas al líder estudiantil en su propio domicilio.
Los documentos en poder del Archivo General de la Nación, disponibles en versión pública, van más lejos, al documentar la pugna por el control político de la universidad, encabezada por la gobiernista FEG, frente a un antagónico FER (Frente de Estudiantes Revolucionarios), este último, impulsado por los hijos del ex gobernador José Guadalupe Zuno (1891-1980), exiliados de la universidad por los Ramírez Ladewig, al calor de la misma disputa.
Lo más inquietante de los informes de la DFS, son las páginas que detallan el suicidio de Raúl Padilla Gutiérrez, padre de Raúl, acontecido en 1972. Según el informe, fechado el 28 de diciembre del mismo año, Padilla Gutiérrez, decidió quitarse la vida en su oficina ubicada en la avenida Vallarta número 1286, luego de conversar con su hijo Raúl (que tenía entonces 18 años), y otro amigo presente. El documento detalla qué, aquejado por su reciente divorcio, la quiebra económica, y su mala racha política, Padilla Gutiérrez, se pegó un tiro en la sien derecha, lo hizo frente a su hijo, con una calibre 45.
Tras el devastador mensaje de “los muertos no necesitan amigos”, que pronunció lacónicamente, el padre de Raúl, detonó el arma, ante la mirada atónita de los dos testigos.
Frente al cadáver de su padre, y en medio de una crisis nerviosa, el informe agrega que así fue encontrado Raúl Padilla López, por el Ministerio Público y el personal de la Cruz Verde; el amigo de su padre, intentaba consolarlo.
17 años después del trágico suceso, respaldado por el régimen en turno, Raúl Padilla López, se erigió en el dueño absoluto de la Universidad de Guadalajara. Al interior, efectuó una transformación de gran calado, que convirtió a la universidad en una de las más importantes, y referente cultural de Jalisco para el mundo. Expulsó a los grupos subversivos, puso a estudiar a sus aliados, a quienes acomodó en posiciones privilegiadas en la casa de estudios, hizo rector a su hermano, Trinidad Padilla López (2001), y posteriormente, a su incondicional, Carlos Briseño (2007); quien luego intentó desplazar a Raúl del control universitario.
Briseño no llegó muy lejos en su intentona, y el 28 de agosto del 2008, fue destituido por el Consejo General Universitario, cuya mayoría respaldaba al mandamás Raúl Padilla. Lastimado por el sabor del fracaso, Briseño también se quitó la vida, el 19 de noviembre del 2009.
Como si se tratara de un personaje emanado de alguna obra de William Shakespeare, donde el poder se disputa en medio de traiciones y crímenes que evidencian la parte mas oscura del género humano, o quizás, una historia arrancada de las paginas de “El Padrino”, del escritor Mario Puzo, la vida de Raúl Padilla, estuvo marcada por la ambición y la muerte.
En el año del 2009, su secretario particular, Fernando González Sandoval, fue ejecutado, en un hecho que también cimbró a la comunidad universitaria, dado el aprecio y honda cercanía que existió entre ambos.
En la opinión del periodista Pedro Mellado, duro crítico de Raúl Padilla López, este fue un cacique formado a la usanza del “socialismo teórico y el pistolerismo práctico”. En su blog titulado “Izquierda y Cultura”, el profesor José Dolores Mártir -testigo de primer nivel de los movimientos estudiantiles-, se refirió a Raúl Padilla, como el “jeque de jeques”; y en sus palabras, “promotor de un corporativismo rancio e indolente”.
Raúl Padilla se fue de este mundo al igual que su padre, y según la Fiscalía de Jalisco, al lado de una pistola y una carta póstuma. Sin su presencia física, no es difícil imaginar la debacle del Grupo Universidad, cuyos estertores ya se escuchan desde occidente.
No sobrevivió a sus némesis, entre ellos, el actual gobernador Enrique Alfaro, sin dejar de mencionar a Álvaro Ramírez Ladewig, vivo también. Se va dejando una U de G, que ya no resiste otra generación de monarcas universitarios, ni adoctrinados academicistas, una universidad hambrienta de liberales de vanguardia.
Para muchos, un ave de tempestades que creció en la vida pública a contracorriente, para otros, un implacable enemigo a quien la historia tendría que juzgar severamente, Raúl Padilla López, fue un hombre astuto e inteligente, pero también, un producto social de su tiempo, una innegable víctima-victimario de la política, en su rango de oficio de tinieblas.